Llamar la atención de Dios

Llamar la atención de Dios
Nuestro objetivo al escribir esta columna es transmitir al mayor número posible de personas las enseñanzas y las revelaciones que Dios nos ha dado a través de Su Palabra.
Una de esas enseñanzas es que no es por mérito que se conquistan los beneficios de Dios, ¡sino por el esfuerzo y determinación en alcanzar un objetivo por la fe! Pero no la fe teórica, sino la práctica. Está escrito: “Pero alguno dirá: Tú tienes fe, y yo tengo obras. Muéstrame tu fe sin tus obras, y yo te mostraré mi fe por mis obras” (Santiago 2:18). En otras palabras, usted puede incluso frecuentar una iglesia, ayunar, orar; pero si no pone en práctica su fe, nunca alcanzará la transformación de vida deseada.
La expresión “obras” en ese pasaje se refiere a las actitudes que tomamos en conformidad o no con la Palabra. Vale la pena resaltar que, delante de Dios, todos somos pecadores. Sin embargo, cuando tomamos una actitud de fe, arrepintiéndonos sinceramente de nuestros errores, automá-ticamente somos perdonados, lavados y justificados por la sangre derramada por el Señor Jesús.
Es decir, solamente cuando pasamos a vivir en obediencia a la Palabra de Dios es que nos volvemos justos delante de Él. Todavía, a causa de nuestra formación cultural, de las religiones heredadas de nuestros ancestros, aprendimos que basta tener un buen corazón y ser caritativos para agradar a Dios. Sin embargo, la Biblia dice que es por la gracia, o sea, por la misericordia y compasión de Dios que somos salvos. Por lo tanto, no es por la práctica de la caridad que alcanzamos la salvación, ¡sino por la fe en lo que está escrito! No importa la raza, religión, grado de instrucción o condición social de la persona, tampoco los errores que haya cometido.
No es eso lo que Dios considera, sino el interior del ser humano y sus actitudes delante de Su Palabra. O sea, no basta creer en Dios y aceptar a Jesucristo como Señor y Salvador. ¡Es preciso más que eso! Es necesario asumir esa fe en la práctica, lo que requiere sacrificio de nuestra parte. El sacrificio es una demostración personal de fe, involucra renuncia, por eso duele, incomoda. ¡Pero llama la atención de Dios! Y para que eso ocurra, tiene que haber primero por parte del individuo una disposición en sacrificar su propia voluntad para obedecer la de Dios.
Todavía ocurre que muchos han ofrecido sus vidas a Él, pero no las han sacrificado. Por eso, aún estando en la iglesia y siendo caritativos, continúan cosechando sólo fracasos. Amigo lector, Dios aspira vivir en nuestra compañía por toda la eternidad; pero para eso necesitamos hacer sacrificios, pues tener una vida en comunión con Él no es fácil. Sin embargo, recuerde: ¡la actitud de sacrificar o no depende exclusivamente de usted! ¡Que Dios los bendiga a todos abundantemente!

Obispo Edir Macedo

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