Cuando Dios nos muestra el libramiento

El día amaneció caluroso y lluvioso, uno de aquellos viernes de verano que prometen ser largos y desgastantes. El tránsito, durante la mañana, hacía más lejano cualquier destino, principalmente para quien se exprimía en un ómnibus repleto.
En aquel día, Mariana*, secretaria ejecutiva de una empresa internacional de tamaño mediano, sabía que enfrentaría dos reuniones complicadísimas y que probablemente tendría que sacrificar su horario de almuerzo para cumplir con todas las cosas pendientes que llenaban su agenda. Después de horario, ella tendría que atravesar la ciudad para dar una clase particular de inglés, actividad extra que tenía para complementar sus ingresos.
El trayecto hasta la casa de la alumna de Mariana parecía más un trastorno que un camino. Ómnibus repleto, parada, cargando libros pesados y sufriendo el principio de una terrible jaqueca. A pesar de su usual buen humor, que siempre pareció ser a prueba de adversidades, un pensamiento le vino a la mente en forma de murmullo: “¡Qué día, mi Dios!”.
Después de una hora de micro y otras diez cuadras a pie, Mariana finalmente llegó a su destino. La clase transcurrió normalmente, hasta como un refrigerio en medio de tantas dificultades. Al intentar salir del edificio de su alumna para, finalmente, ir a casa, Mariana fue sorprendida por el portero, quien le advirtió: “Tres ladrones acaban de asaltar a una persona enfrente del predio. Ellos me amenazaron de muerte si llamaba a la policía y dijeron que volverían. Es mejor que nadie salga hasta que todo se calme”. “Esto no puede estar pasando”, pensó Mariana.
Media hora después, ella decidió salir del edificio, no quedaría a merced de ladrones. Mariana usó su fe como escudo de oro para que Dios la volviera invisible a los ojos de cualquier enemigo y alejase de ella todo peligro. Era 31 de octubre, fecha en la que muchos celebraban el día de brujas, costumbre inoportunamente importada de los norteamericanos por los brasileños. Por las calles, personas vestidas de negro, disfrazadas de monstruos y hechiceras, circulaban con botellas de bebidas alcohólicas, en un escenario digno de una película de terror.
Con pasos firmes y decidida a llegar a casa cuanto antes, Mariana caminaba en dirección a la parada del ómnibus cuando, para su casi desesperación, vio al colectivo pasar veloz. El próximo demoraría más de 30 minutos. Pero, a pesar de todos los contratiempos, del dolor de cabeza que ahora acompañaba al hambre y del hecho de estar muy lejos de casa, la muchacha no podía entender qué paz era esa que invadía su corazón. Era absurdo estar tranquila después de un día como aquel. Pero, Mariana estaba inexplicablemente calma.
Cuando finalmente llegó el otro ómnibus, ella se sentó, abrió un libro y deseó que por lo menos las últimas horas de aquel día fueran más agradables. Casi llegando a su destino, en una de las principales avenidas de la ciudad, Mariana vio luces rojas parpadeando, un movimiento extraño y empleados de la empresa de tránsito haciendo señales a los vehículos que se acercaban. Fue cuando ella reconoció, parado en la calle, al ómnibus que había perdido anteriormente. Tenía el lado derecho totalmente destruido después de chocar con un camión.
En aquel momento, ella pudo entender con claridad, en su corazón, lo que sucedió. Era como si Dios amablemente le dijera: “Mi hija, esta vez Yo permití que vieras mi libramiento”.
Mientras que, muchas veces, nuestros ojos sólo ven problemas y pensamos que estamos en medio del caos, perdemos la oportunidad de vivir la maravillosa experiencia de estar en los brazos acogedores y protectores de Dios.
*Esta historia es verídica y sólo el nombre del personaje fue cambiado porque su identidad no importa. Lo que importa es el amor de Dios.

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